IBOSHIM ARCHEOLOGY

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domingo, 2 de septiembre de 2012

Tumba camí des Pou d'en Basques (can Escandell, Eivissa).


DESCRIPCIÓN.
La tumba se componía, a nivel estratigráfico, por cuatro unidades que desglosamos:

  • UE-2: corresponde a la fosa o recorte sobre los sedimentos para la colocación de la cista.
  • UE-3: son los elementos constructivos de la tumba, es decir, la cista propiamente.
  • UE-4: son los despojos del individuo.
  • UE-8: es el relleno de amortización del interior de la tumba.


La fosa UE-2 afloró a 1,07m de profundidad respecto de la cota del asfalto (referencia de todas las cotas subsiguientes que aparecen en el texto). Cortaba al sustrato geológico UE-9, compuesto por arcilla rojiza muy compacta. Tenía una planta rectangular, con el extremo noroeste ligeramente redondeado, y sección cóncava. Sus medidas conservadas eran de 0,9m de largo por 0,5m de ancho y 0,41m de profundidad. La orientación era NO-SE en 343º.


  


La exposición de la cista UE-3 la subdividiremos en tres figuras: UE-3/1, corresponderá a la primera cubierta de signinum de la tumba; UE-3/2, a la segunda de losas calcáreas; UE-3/3, al sarcófago de losas de marés. Así pues, la cubierta UE-3/1 era una lechada de opus signinum, que rellenaba la negativa UE-2 a cota -1,07, por tanto, el ancho y largo eran análogos a los descritos para la fosa, medidas a las que añadiremos un grosor de unos 4cm. Su orientación equivalía, pues, a la referida para UE-2: 343º NO-SE. La fábrica de esta argamasa era de mortero de cal con fragmentos cerámicos triturados. Los contornos de la pieza mostraban un ligero biselado acabado en un borde irregular y tosco que denotaba su adosamiento sobre las paredes de una negativa y elaboración in situ. En su extremo noroeste mostraba una oquedad en relieve de planta circular, con un diámetro de unos 14cm y profundidad de 3cm; la consideramos, como ya desarrollaremos, la negativa de un cipo funerario (seguramente estiliforme o anicónico) encastrado. Aunque presentaba un acabado muy pulido en su cara superior, este mortero jamás debe ser interpretado como un elemento que permaneciera a la intemperie, estaba cubierto por la tierra que rellenaba la fosa del sepelio, y su función era la de protegerlo de los factores ambientales. Sus características de impermeabilidad (debemos advertir que es una argamasa muy utilizada en las obras hidráulicas romanas) le otorgaban un valor hidrófugo, y su compactación y dureza impedían la entrada de raíces entre las juntas de las losas. No cabe duda, a tenor de la casi nula filtración de sedimento en el interior de la tumba, que dicha cubierta cumplió su cometido. Debajo de este preparado, a unos 0,2m, afloraba la cubierta de losas calcáreas UE-3/2. Eran dos losas calcáreas (0,5 x 0,3 x 0,08m) colocadas transversalmente sobre la tumba y apoyándose sobre las paredes de marés. Sólo nos queda hablar, por lo que respecta a los elementos constructivos, del sarcófago de piedras areniscas UE-3/3. Lo conformaban cinco losas paralelepípedas dispuestas en planta rectangular con orientación NO-SE en 343º: dos de ellas (35x23x7cm) cerraban la caja por el noroeste, otras dos por el noreste (46 y 36x35x7cm) y una sola por el suroeste (76x35x7cm). Sus medidas totales eran de 0,86m de largo, 0,46m de ancho y 0,37m de alto.              

 

El individuo UE-4 estaba colocado en decúbito supino, articulado y con sus extremidades en posición anatómica. Tenía la cabeza en el extremo noroeste de la cista, unos 13cm por debajo de la cara inferior de las losas calcáreas. El estado de conservación era bueno, aunque fue seccionado a la altura de las epífisis proximales de los fémures. En campo pudimos llegar a determinar que se trataba, como mínimo, de un individuo adulto (20-39 años), así lo atestiguaban la fusión epifisaria y métrica de los huesos largos (húmeros de 290mm), la sinostosis craneal y la erupción dental de los terceros molares. Por lo que respecta al sexo, nos pareció un varón básicamente por tres indicios: tenía una protuberancia occipital y apófisis mastoides muy pronunciadas y una escotadura ciática de ángulo agudo. Pero el estudio antropológico es el que debe arrojar una luz más diáfana sobre estos aspectos sólo esbozados aquí.     



Por último, nos resta por comentar el relleno UE-8. Como hemos dicho arriba, la buena preservación interior de la tumba, en gran parte debida a la cubierta de signinum, nos privó de un nivel de amortización de cierta envergadura estratigráfica. Apenas contaba con una potencia de 0,16m y no nos otorgó ningún resto de cultura material que nos permitiera acotar la cronología. Sin embargo, por otros contextos funerarios de la isla, podemos afirmar que el rito de la inhumación, en cista o fosa simple, empieza a sustituir a partir del III d.C. a las incineraciones secundarias, predominantes durante el II, siendo ya la tipología hegemónica en el IV.    

CONCLUSIONES.
A efectos estructurales, la característica morfológica más relevante es la negativa de un cipo funerario sobre la cubierta de opus signinum.

El cipo lítico era a veces reemplazado por pilares de madera (pali sacrificales)[1], material perecedero que podría justificar su desaparición en el registro arqueológico actual –sin menoscabo, evidentemente, de su más que probable expolio–. Hecha esta salvedad, deberíamos interesarnos ahora por cuál era su objeto. Normalmente suelen estar relacionados con ceremonias de libación; en Baelo Claudia (Bolonia, Cádiz) se documentaron junto con conductos que ponían en contacto las ofrendas con las cenizas contenidas en las cupae[2]. Estas incineraciones están datadas en época claudia y flavia (segunda mitad del I d.C.), momento en el que este tipo de ritual es dominante, hecho que no es óbice para sugerir que la funcionalidad de los cipos se mantenga inalterable para las inhumaciones (como es el caso que nos ocupa): liturgia, ésta, que comienza a proliferar durante el III y IV d.C. bajo el palio de nuevos cultos orientales inoculados en el Imperio –entre ellos el cristianismo–.  

Por ende, el cipo funerario estaba cargado de simbolismo escatológico y devenía un objeto liminal[3] entre el inframundo y el mundo de los vivos; marcaba el punto de encuentro entre el finado y sus familiares que le rendían tributo. Es, por ello, tanto un límite metafísico y como físico –por cuanto no deja de ser la “baliza” de una tumba–. Este concepto de umbral viene incluso materializado y avalado por su colocación en el enterramiento: encastrado en la mampostería de la tumba, normalmente en un extremo y sobre el basamento, se encontraba parcialmente soterrado, permaneciendo en ese limbo espacial que comunicaba al individuo enterrado con el exterior, y viceversa, a manera de cordón umbilical.

La diversidad tipológica es, ciertamente, variopinta, yendo desde formas ovoideas a estiliformes y antropomórficas. Esta última forma de representación ofrece un mayor debate interpretativo, situándose en la palestra tesis confrontadas sobre si representan al finado o algún genio de ultratumba. La forma tosca y fea de alguna de estas tallas, no parece sugerir que éstas pudieran ser el recuerdo que los familiares quisieran guardar de sus seres queridos. Pero también hay que recurrir al pragmatismo, no hay que olvidar que estas figuras estaban destinadas a  permanecer semienterradas, por tanto, no exigían una excesiva ornamentación más allá de la necesaria para cumplir su fin simbólico.

Muchos son los estudios que se han empezado a realizar en los últimos años sobre la interpretación de los “paisajes” del pasado. El paisaje es, a grosso modo, el resultado de la adaptación y modificación cultural que el hombre hace del medio. La consecuencia inmediata a este hecho es evidente: mediante el estudio de la articulación de los paisajes del pasado podemos extrapolar a la interpretación conductas y estructuras sociales. El paisaje funerario no escapa, evidentemente, a este tipo de análisis. Como decía Heidegger: “el hombre es un ser para la muerte”, evadirse de este hecho nos convierte a la vida inauténtica, afrontarlo con valentía nos acerca a la esencia, al ser auténtico, al Dasein, al ser-ahí en perfecta comunión con la Tierra. Este circunloquio viene a desmentir el dicho de que la muerte nos iguala a todos, en verdad es lo que más nos diferencia; precisamente por estar ahí, potencialmente presente en todas las acciones de nuestra vida, nos condiciona por cuanto nos obliga a posicionarnos. Este condicionamiento mental se materializa posteriormente en la liturgia funeraria. La religión no deja de ser, desde esta percepción, una forma de eludir ese destino indefectible. Por ello, en el ritual, el individuo, y sus familiares como garantes de su voluntad y honra, hacen gala de todos los méritos (materiales e inmateriales) que lo convierten, a los ojos de los demás, en digno merecedor de gloria eterna. Sobre las virtudes inmateriales nos es difícil elucubrar, pero de las “cualidades” materiales el registro arqueológico nos otorga algunos vestigios. El espacio sepulcral no es una amalgama arbitraria, sino que está organizado y jerarquizado en función de la ubicación y caracterización de las tumbas; trufándolo de valores espaciales, cronológicos, arquitectónicos y tipológicos. En la esfera cultural romana y pagana “el prestigio social” del enterramiento solía derivar del espacio y superficie que ocupaba, los materiales utilizados, los ajuares y la exuberancia de las ceremonias (durante la inhumación y ulteriores). Los romanos siempre hubiesen querido hacer destacar su tumba en altura (Prados Martínez; García Jiménez, 2009:10). Estos monumentos se ubicarían en las partes más destacadas de las necrópolis o flanqueando los accesos a las principales ciudades. Resolviendo con estas premisas, las conclusiones que podemos extraer de la tumba del Pou d’en Basques son más bien pobres, principalmente por dos escollos insalvables. El primero, y principal, es que nos encontramos ante una tumba aislada, por lo tanto, establecer una jerarquización en base al análisis comparativo de un contexto cronológico inmediato es imposible. En segundo lugar, la tumba fue seccionada en su parte medial/suroeste, perdiéndose para la documentación la posible presencia de un ajuar, a los pies del individuo, que podría haber proyectado un haz de luz sobre esta cuestión. Incluso, el hecho de que contara con un cipo funerario tampoco parece ser determinante para dotar de un estatus elevado al finado; Jiménez Díez[4] nos advierte que éstos aparecen en Baelo Claudia “asociados tanto a los enterramientos más sencillos (incineraciones en fosa) como a los monumentos más elaborados (pequeños mausoleos, recintos funerarios, cupae), incluida una inhumación”. 

Pero bien, intentaremos elaborar un discurso hipotético de jerarquía social en base a la arquitectura del enterramiento. Se trata de una cista hecha con losas de marés o piedra arenisca. Un sarcófago de esta manufactura requiere de cierta movilización y contratación de fuerza productiva especializada, que no exige, por ejemplo, uno hecho de losas calcáreas de piedra seca: material abundante en el sustrato geológico ibicenco, también de fácil talla y muy prolífico en la mampostería funeraria de la Antigüedad ebusitana. El marés se encuentra en las canteras de la costa, resultado de la fosilización de las dunas de arena allá por el cuaternario, más concretamente en el pleistoceno, hace alrededor de un millón de años. En la Iboshim púnica se ha documentado ya su utilización como materia prima de los sarcófagos de una sola pieza de los hipogeos de Puig des Molins o ses Païsses de Cala d’Hort. Es, por tanto, un ingrediente muy recurrente en la arquitectura (funeraria y civil) de Ibiza desde los siglos IV-V a.C. hasta época contemporánea; prueba de ello son las murallas renacentistas del XVI. Este hecho, pero, no va en menoscabo de que es necesaria su extracción, seguramente para época antigua de las canteras de las Salinas, talla y transporte, y por tanto la construcción de este tipo de tumba es más costosa, evidentemente, que una en fosa simple o cista calcárea. Tampoco hemos de desdeñar que pudiera reutilizarse un sillar próximo, reduciéndose ostensiblemente el coste de su producción; pero en principio este tipo de construcción, sin más contingencia plausible, debía ser más oneroso. Otro elemento constructivo que enriquece, ergo jerarquiza, el enterramiento enormemente, es la cubierta. En muchas inhumaciones de estas características la cubierta suele estar realizada en losas calcáreas de talla tosca. En cambio en ésta tenemos una doble cubierta: una de signinum y otra de piedra seca. En la primera de ellas, como dijimos, iba encastrado el cipo y ofrece una factura muy depurada, para la que sin duda fue menester una mano de obra especializada. Estos elementos nos permiten conjeturar que nos encontramos ante el sepelio de un individuo con estatus social elevado dentro de una economía preeminentemente agropecuaria: posiblemente uno de los señores de un asentamiento rural próximo. En can Pere Arabí pudimos documentar un área sepulcral próxima a la domus, donde constatamos cierta estratificación social en base a los elementos constructivos de los enterramientos en cista: dos de ellos (hombre y mujer, posiblemente cónyuges), colindantes entre sí, elaborados con losas de marés y, separados de éstos por una veintena de metros al noroeste, tres de fábrica mucho más pobre (losas calcáreas). Tomando como testimonio a Catón (De Agriculturae, allá por el siglo II a.C.) que narra cómo el dominio rural romano estaba conformado por unos amos a cargo de un pequeño contingente de mano de obra esclava, no resulta inverosímil tratar de hallar esta división estamental en el registro arqueológico. El estudio antropológico irá en esta línea, haciendo especial hincapié en aquello que podemos denominar “patologías de estamento”.  

BIBLIOGRAFÍA:
  •  GLARE (1968): GLARE, P.G.W. (1968): “Cip(p)us. Oxford Latin Dictionary”. Oxford, 316.
·      JIMÉNEZ DÍEZ (2007): JIMÉNEZ DÍEZ, A. (2007): “Culto a los ancestros en época romana: los cipos funerarios de las necrópolis de Baelo Claudia (Bolonia, Cádiz)”. Archivo Español de Arqueología 2007, vol. 80, págs. 75-106.
·  PARIS ET AL. (1926): PARIS, P.; BONSOR, G.; LAUMONIER, A.; RICARD, R.; MERGELINA, C. (1926): “Fouilles de Belo (Bolonia, Province de Cadix) (1917-1921)”. Tome II, La Nécropole, Bordeaux-Paris.
·         PRADOS MARTÍNEZ; GARCÍA JIMÉNEZ (2009): PRADOS MARTÍNEZ, F; GARCÍA JIMÉNEZ (2009): “Aproximación al paisaje funerario de la necrópolis oriental de Baelo Claudia”. Revista Aljaranda 72, págs. 4-12.
·         REMESAL (1979): REMESAL RODRÍGUEZ, J. (1979): “La necrópolis sureste de Belo”. E.A.E. 104, Madrid.



[1] Jiménez Díez (2007), p. 79.
[2] Paris et al. (1926), p. 38.
[3] Glare (1968).
[4] Jiménez Díez (2007), p. 80.

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