DESCRIPCIÓN.
La tumba se componía, a nivel estratigráfico, por cuatro unidades que desglosamos:
La tumba se componía, a nivel estratigráfico, por cuatro unidades que desglosamos:
- UE-2: corresponde a la fosa
o recorte sobre los sedimentos para la colocación de la cista.
- UE-3: son los elementos
constructivos de la tumba, es decir, la cista propiamente.
- UE-4: son los despojos del
individuo.
- UE-8: es el relleno de
amortización del interior de la tumba.
La fosa UE-2 afloró a 1,07m de
profundidad respecto de la cota del asfalto (referencia de todas las cotas
subsiguientes que aparecen en el texto). Cortaba al sustrato geológico UE-9,
compuesto por arcilla rojiza muy compacta. Tenía una planta rectangular, con el
extremo noroeste ligeramente redondeado, y sección cóncava. Sus medidas
conservadas eran de 0,9m de largo por 0,5m de ancho y 0,41m de profundidad. La
orientación era NO-SE en 343º.
La exposición de la cista UE-3
la subdividiremos en tres figuras: UE-3/1, corresponderá a la primera cubierta
de signinum de la tumba; UE-3/2, a la
segunda de losas calcáreas; UE-3/3, al sarcófago de losas de marés. Así pues,
la cubierta UE-3/1 era una lechada de opus
signinum, que rellenaba la negativa UE-2 a cota -1,07, por tanto, el ancho
y largo eran análogos a los descritos para la fosa, medidas a las que
añadiremos un grosor de unos 4cm. Su orientación equivalía, pues, a la referida
para UE-2: 343º NO-SE. La fábrica de esta argamasa era de mortero de cal con
fragmentos cerámicos triturados. Los contornos de la pieza mostraban un ligero
biselado acabado en un borde irregular y tosco que denotaba su adosamiento
sobre las paredes de una negativa y elaboración in situ. En su extremo noroeste mostraba una oquedad en relieve de
planta circular, con un diámetro de unos 14cm y profundidad de 3cm; la
consideramos, como ya desarrollaremos, la negativa de un cipo funerario
(seguramente estiliforme o anicónico) encastrado. Aunque presentaba un acabado
muy pulido en su cara superior, este mortero jamás debe ser interpretado como
un elemento que permaneciera a la intemperie, estaba cubierto por la tierra que
rellenaba la fosa del sepelio, y su función era la de protegerlo de los
factores ambientales. Sus características de impermeabilidad (debemos advertir
que es una argamasa muy utilizada en las obras hidráulicas romanas) le otorgaban
un valor hidrófugo, y su compactación y dureza impedían la entrada de raíces
entre las juntas de las losas. No cabe duda, a tenor de la casi nula filtración
de sedimento en el interior de la tumba, que dicha cubierta cumplió su
cometido. Debajo de este preparado, a unos 0,2m, afloraba la cubierta de losas
calcáreas UE-3/2. Eran dos losas calcáreas (0,5 x 0,3 x 0,08m) colocadas transversalmente
sobre la tumba y apoyándose sobre las paredes de marés. Sólo nos queda hablar,
por lo que respecta a los elementos constructivos, del sarcófago de piedras
areniscas UE-3/3. Lo conformaban cinco losas paralelepípedas dispuestas en
planta rectangular con orientación NO-SE en 343º: dos de ellas (35x23x7cm)
cerraban la caja por el noroeste, otras dos por el noreste (46 y 36x35x7cm) y
una sola por el suroeste (76x35x7cm). Sus medidas totales eran de 0,86m de
largo, 0,46m de ancho y 0,37m de alto.
El individuo UE-4 estaba
colocado en decúbito supino, articulado y con sus extremidades en posición
anatómica. Tenía la cabeza en el extremo noroeste de la cista, unos 13cm por
debajo de la cara inferior de las losas calcáreas. El estado de conservación
era bueno, aunque fue seccionado a la altura de las epífisis proximales de los
fémures. En campo pudimos
llegar a determinar que se trataba, como mínimo, de un individuo adulto (20-39
años), así lo atestiguaban la fusión epifisaria y métrica de los huesos largos
(húmeros de 290mm), la sinostosis craneal y la erupción dental de los terceros
molares. Por lo que respecta al sexo, nos pareció un varón básicamente por tres
indicios: tenía una protuberancia occipital y apófisis mastoides muy pronunciadas
y una escotadura ciática de ángulo agudo. Pero el estudio antropológico es el
que debe arrojar una luz más diáfana sobre estos aspectos sólo esbozados aquí.
Por último, nos resta por
comentar el relleno UE-8. Como hemos dicho arriba, la buena
preservación interior de la tumba, en gran parte debida a la cubierta de signinum, nos privó de un nivel de
amortización de cierta envergadura estratigráfica. Apenas contaba con una
potencia de 0,16m y no nos otorgó ningún resto de cultura material que nos
permitiera acotar la cronología. Sin embargo, por otros contextos funerarios de
la isla, podemos afirmar que el rito de la inhumación, en cista o fosa simple,
empieza a sustituir a partir del III d.C. a las incineraciones secundarias,
predominantes durante el II, siendo ya la tipología hegemónica en el IV.
CONCLUSIONES.
CONCLUSIONES.
A efectos estructurales, la
característica morfológica más relevante es la negativa de un cipo funerario
sobre la cubierta de opus signinum.
El cipo lítico era a veces
reemplazado por pilares de madera (pali
sacrificales)[1],
material perecedero que podría justificar su desaparición en el registro arqueológico
actual –sin menoscabo, evidentemente, de su más que probable expolio–. Hecha
esta salvedad, deberíamos interesarnos ahora por cuál era su objeto. Normalmente
suelen estar relacionados con ceremonias de libación; en Baelo Claudia (Bolonia, Cádiz) se documentaron junto con conductos que
ponían en contacto las ofrendas con las cenizas contenidas en las cupae[2].
Estas incineraciones están datadas en época claudia y flavia (segunda mitad del
I d.C.), momento en el que este tipo de ritual es dominante, hecho que no es
óbice para sugerir que la funcionalidad de los cipos se mantenga inalterable
para las inhumaciones (como es el caso que nos ocupa): liturgia, ésta, que comienza
a proliferar durante el III y IV d.C. bajo el palio de nuevos cultos orientales
inoculados en el Imperio –entre ellos el cristianismo–.
Por ende, el cipo funerario estaba
cargado de simbolismo escatológico y devenía un objeto liminal[3]
entre el inframundo y el mundo de los vivos; marcaba el punto de encuentro entre
el finado y sus familiares que le rendían tributo. Es, por ello, tanto un
límite metafísico y como físico –por cuanto no deja de ser la “baliza” de una
tumba–. Este concepto de umbral viene incluso materializado y avalado por su
colocación en el enterramiento: encastrado en la mampostería de la tumba,
normalmente en un extremo y sobre el basamento, se encontraba parcialmente
soterrado, permaneciendo en ese limbo espacial que comunicaba al individuo
enterrado con el exterior, y viceversa, a manera de cordón umbilical.
La diversidad tipológica es,
ciertamente, variopinta, yendo desde formas ovoideas a estiliformes y
antropomórficas. Esta última forma de representación ofrece un mayor debate
interpretativo, situándose en la palestra tesis confrontadas sobre si
representan al finado o algún genio
de ultratumba. La forma tosca y fea de alguna de estas tallas, no parece
sugerir que éstas pudieran ser el recuerdo que los familiares quisieran guardar
de sus seres queridos. Pero también hay que recurrir al pragmatismo, no hay que
olvidar que estas figuras estaban destinadas a
permanecer semienterradas, por tanto, no exigían una excesiva
ornamentación más allá de la necesaria para cumplir su fin simbólico.
Muchos son los estudios que se
han empezado a realizar en los últimos años sobre la interpretación de los
“paisajes” del pasado. El paisaje es, a grosso modo, el resultado de la
adaptación y modificación cultural que el hombre hace del medio. La
consecuencia inmediata a este hecho es evidente: mediante el estudio de la
articulación de los paisajes del pasado podemos extrapolar a la interpretación
conductas y estructuras sociales. El paisaje funerario no escapa,
evidentemente, a este tipo de análisis. Como decía Heidegger: “el hombre es un
ser para la muerte”, evadirse de este hecho nos convierte a la vida
inauténtica, afrontarlo con valentía nos acerca a la esencia, al ser auténtico,
al Dasein, al ser-ahí en perfecta
comunión con la Tierra. Este circunloquio viene a desmentir el dicho de que la
muerte nos iguala a todos, en verdad es lo que más nos diferencia; precisamente
por estar ahí, potencialmente presente en todas las acciones de nuestra vida,
nos condiciona por cuanto nos obliga a posicionarnos. Este condicionamiento
mental se materializa posteriormente en la liturgia funeraria. La religión no
deja de ser, desde esta percepción, una forma de eludir ese destino
indefectible. Por ello, en el ritual, el individuo, y sus familiares como
garantes de su voluntad y honra, hacen gala de todos los méritos (materiales e
inmateriales) que lo convierten, a los ojos de los demás, en digno merecedor de
gloria eterna. Sobre las virtudes inmateriales nos es difícil elucubrar, pero
de las “cualidades” materiales el registro arqueológico nos otorga algunos
vestigios. El espacio sepulcral no es una amalgama arbitraria, sino que está organizado
y jerarquizado en función de la ubicación y caracterización de las tumbas;
trufándolo de valores espaciales, cronológicos, arquitectónicos y tipológicos.
En la esfera cultural romana y pagana “el prestigio social” del enterramiento
solía derivar del espacio y superficie que ocupaba, los materiales utilizados, los
ajuares y la exuberancia de las ceremonias (durante la inhumación y ulteriores).
Los romanos siempre hubiesen querido hacer destacar su tumba en altura (Prados
Martínez; García Jiménez, 2009:10). Estos monumentos se ubicarían en las
partes más destacadas de las necrópolis o flanqueando los accesos a las
principales ciudades. Resolviendo con estas premisas, las conclusiones que
podemos extraer de la tumba del Pou d’en Basques son más bien pobres,
principalmente por dos escollos insalvables. El primero, y principal, es que
nos encontramos ante una tumba aislada, por lo tanto, establecer una
jerarquización en base al análisis comparativo de un contexto cronológico
inmediato es imposible. En segundo lugar, la tumba fue seccionada en su
parte medial/suroeste, perdiéndose para la documentación la posible presencia
de un ajuar, a los pies del individuo, que podría haber proyectado un haz de
luz sobre esta cuestión. Incluso, el hecho de que contara con un cipo funerario
tampoco parece ser determinante para dotar de un estatus elevado al finado;
Jiménez Díez[4] nos
advierte que éstos aparecen en Baelo
Claudia “asociados tanto a los enterramientos más sencillos (incineraciones
en fosa) como a los monumentos más elaborados (pequeños mausoleos, recintos
funerarios, cupae), incluida una
inhumación”.
Pero bien, intentaremos elaborar
un discurso hipotético de jerarquía social en base a la arquitectura del
enterramiento. Se trata de una cista hecha con losas de marés o piedra
arenisca. Un sarcófago de esta manufactura requiere de cierta movilización y
contratación de fuerza productiva especializada, que no exige, por ejemplo, uno
hecho de losas calcáreas de piedra seca: material abundante en el sustrato geológico
ibicenco, también de fácil talla y muy prolífico en la mampostería funeraria de
la Antigüedad ebusitana. El marés se encuentra en las canteras de la costa, resultado
de la fosilización de las dunas de arena allá por el cuaternario, más
concretamente en el pleistoceno, hace alrededor de un millón de años. En la
Iboshim púnica se ha documentado ya su utilización como materia prima de los
sarcófagos de una sola pieza de los hipogeos de Puig des Molins o ses Païsses
de Cala d’Hort. Es, por tanto, un ingrediente muy recurrente en la arquitectura
(funeraria y civil) de Ibiza desde los siglos IV-V a.C. hasta época contemporánea;
prueba de ello son las murallas renacentistas del XVI. Este hecho, pero, no va
en menoscabo de que es necesaria su extracción, seguramente para época antigua
de las canteras de las Salinas, talla y transporte, y por tanto la construcción
de este tipo de tumba es más costosa, evidentemente, que una en fosa simple o
cista calcárea. Tampoco hemos de desdeñar que pudiera reutilizarse un sillar
próximo, reduciéndose ostensiblemente el coste de su producción; pero en
principio este tipo de construcción, sin más contingencia plausible, debía ser
más oneroso. Otro elemento constructivo que enriquece, ergo jerarquiza, el
enterramiento enormemente, es la cubierta. En muchas inhumaciones de estas
características la cubierta suele estar realizada en losas calcáreas de talla
tosca. En cambio en ésta tenemos una doble cubierta: una de signinum y otra de piedra seca. En la
primera de ellas, como dijimos,
iba encastrado el cipo y ofrece una factura muy depurada, para la que sin duda
fue menester una mano de obra especializada. Estos elementos nos permiten
conjeturar que nos encontramos ante el sepelio de un individuo con estatus
social elevado dentro de una economía preeminentemente agropecuaria:
posiblemente uno de los señores de un asentamiento rural próximo. En can Pere
Arabí pudimos documentar un área sepulcral próxima a la domus, donde constatamos cierta estratificación social en base a
los elementos constructivos de los enterramientos en cista: dos de ellos
(hombre y mujer, posiblemente cónyuges), colindantes entre sí, elaborados con
losas de marés y, separados de éstos por una veintena de metros al noroeste,
tres de fábrica mucho más pobre (losas calcáreas). Tomando como testimonio a
Catón (De Agriculturae, allá por el
siglo II a.C.) que narra cómo el dominio rural romano estaba conformado por
unos amos a cargo de un pequeño contingente de mano de obra esclava, no resulta
inverosímil tratar de hallar esta división estamental en el registro
arqueológico. El estudio antropológico irá en esta línea, haciendo
especial hincapié en aquello que podemos denominar “patologías de estamento”.
BIBLIOGRAFÍA:
BIBLIOGRAFÍA:
- GLARE (1968): GLARE, P.G.W. (1968): “Cip(p)us. Oxford Latin Dictionary”. Oxford, 316.
· JIMÉNEZ DÍEZ (2007): JIMÉNEZ DÍEZ, A. (2007): “Culto
a los ancestros en época romana: los cipos funerarios de las necrópolis de Baelo Claudia (Bolonia, Cádiz)”. Archivo
Español de Arqueología 2007, vol. 80, págs. 75-106.
· PARIS ET AL. (1926): PARIS, P.; BONSOR, G.;
LAUMONIER, A.; RICARD, R.; MERGELINA, C. (1926): “Fouilles de Belo (Bolonia,
Province de Cadix) (1917-1921)”. Tome II, La Nécropole, Bordeaux-Paris.
·
PRADOS MARTÍNEZ; GARCÍA JIMÉNEZ
(2009): PRADOS
MARTÍNEZ, F; GARCÍA JIMÉNEZ (2009): “Aproximación al paisaje funerario de la
necrópolis oriental de Baelo Claudia”.
Revista Aljaranda 72, págs. 4-12.
·
REMESAL (1979): REMESAL RODRÍGUEZ, J. (1979): “La necrópolis sureste de Belo”. E.A.E.
104, Madrid.
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