IBOSHIM ARCHEOLOGY

IBOSHIM ARCHEOLOGY

domingo, 23 de septiembre de 2012

Acueducto romano en can Misses (Municipio de Ibiza).




DESCRIPCIÓN MORFOLÓGICA Y ESTRATIGRÁFICA.

El nuevo tramo de acueducto descubierto [1] (UE-790) constaba de una longitud de 11,3m, con planta rectilínea y orientación de 50 º NE-SO. Estaba seccionado, en una longitud de 1,05m, por un tubo moderno (UE-928) procedente de los sumideros de saneamiento de la calzada que subdividía el acueducto en sendos segmentos: medial / noreste, con una longitud de 6,7m, y suroeste, de 3,5m. El specus colmata una zanja (UE-789) hecha sobre el sustrato geológico, que en el tramo más alterado -bajo la calzada de la calle Corona- afloraba a la altura de la coronación de las paredes que flanqueaban el acueducto. Con una sección cóncava tenía una profundidad de 0,45m y anchura que variaba en torno a los 0,9 y 1m. En el perfil noreste, donde el sustrato geológico permanecía en su cota original, esta negativa llegaba a 1,27m de profundidad, apareciendo la cara superior de las paredes del acueducto a 0,82m de profundidad y permaneciendo, por tanto, completamente enterrado. El specus UE-790 consistía en una canal de sección cuadrangular: tenía 0,3m de anchura y profundidad hasta llegar a la arista redondeada de la parte superior de las paredes internas; su coronación se situaba a 0,35m de altura. Las paredes interiores presentaban un revestimiento de unos 1,5cm-2cm de mortero de arcilla y cal con cerámica triturada de granulometría muy fina y, sobre éste, un enlucido de cal. Las paredes eran completamente lisas, aunque en algunos lugares daban la impresión de ser irregulares por la deposición sobre ellas de la cal resultante de la circulación del agua durante siglos. Algunos acueductos quedaron precisamente inhabilitados a causa de esta problemática debido a la falta de un mantenimiento regular. En algunos tramos este "turc" [2] llegaba hasta los 4,2cm de grosor, reduciendo ostensiblemente la capacidad del specus. Seguramente esta sedimentación se daba con mayor agudeza aquí debido a cierto "estancamiento" del agua por la suave pendiente. Las esquinas inferiores de la canal eran flanqueadas por dos zócalos longitudinales de media caña de 5cm de alzado y 4cm de ancho. Estos zócalos se encontraban a lo largo de todo el acueducto, aunque en ocasiones quedaban enterrados por el "turc" y no se apreciaban; es una solución muy recurrente en todas las obras hidráulicas romanas: el objetivo, reforzar las esquinas para evitar las grietas derivadas de la erosión del agua. El lecho del specus, que era la misma pieza que los zócalos, estaba conformado por una solera de opus signinum de 6cm de grosor con una superficie lisa de 21,5cm de ancho. Este fondo descansaba sobre un preparado de opus caementicium de 7cm de grosor, compuesto por mortero de arcilla y cal con piedras calizas de pequeño calibre. Las paredes perimetrales del acueducto, como ya hemos advertido, eran una obra de mampostería que remachaba una negativa, nunca se pueden interpretar como estructuras en alzado, ni en este tramo ni en los aparecidos en Ses Galamones o Antonio Manuel García n º 5. Tenían una anchura media de 0,3m, llegando la máxima a 0,4m. El aparejo estaba formado por rocas calcáreas (15x10x10cm) poco trabajadas que trababan con un mortero grisáceo de arcilla y cal. En los tramos donde se conservaba todo el alzado, la cara superior de las paredes estaba revestida con mortero de arcilla, redondeando, como decíamos, la arista de unión con las caras internas del specus. En el perfil noreste quedaba íntegro el alzado del acueducto dada la nula afección de obras contemporáneas. Este hecho posibilitó la preservación de la cubierta, que en el tramo excavado se limitaba a una sola losa rectangular de talla caliza (69x59x15cm), aunque se pudo observar cómo la cubierta tenía continuidad con una nueva losa caliza que se soterraba bajo el relleno de amortización UE-792. Todo hace pensar que este último depósito mencionado, UE-792, habría sedimentado ulteriormente al abandono del acueducto, quedando la cubierta a la intemperie durante su funcionamiento. Si el acueducto hubiera estado completamente enterrado habría dificultado enormemente las tareas de mantenimiento. Para averiguar la pendiente del specus, materia importante para determinar la dirección del agua, tomamos un total de 24 cotas absolutas, una cada 0,5 m. Todo parecía indicar, por tramos descubiertos en los solares cercanos, que la conducción del agua debía ir en dirección suroeste, y así lo creemos, pero atendiendo únicamente a las cotas, el segmento medial / noreste del acueducto parecía poseer un claro declive hacia el noreste, eso sí, con valores muy irregulares. Esta tendencia en la inclinación variaba completamente en el tramo medial / suroeste, donde sí se apreciaba una pendiente descendente más regular hacia el suroeste. Seguramente esta pendiente ascendente descrita para el tramo medial / noreste se debe a la necesidad de disminuir en este punto la presión del agua, causa que justifica también la circunvalación de la ciudad y el gran rebaje efectuado sobre el sustrato geológico .

  

El relleno del specus (UE-791) era un compuesto con fracción fina de arcilla limosa de color grisáceo en un 80%, el resto era conformado por una fracción gruesa de gravas y rocas calcáreas. Entre el contenido orgánico destacaba la presencia abundante de gasterópodos terrestres. Pero sin duda lo más destacable aquí son las producciones cerámicas, que nos han otorgado una datación entorno a la primera mitad del siglo III dC: destacan, especialmente, un fragmento de asa de ánfora PE-25 tardía (Ramon, 2006: 249, fig . 5), una base de olla de cocina africana Hayes 197 y un borde de plato-tapadera, también africano, Hayes 196. Así pues, podríamos acotar la fase funcional del acueducto entre finales del siglo I dC y seguramente la totalidad del II dC, resulta más difícil determinar en qué momento del III dC cae en desuso; al menos, habría que rechazar la prolongación de su uso más allá de mediados de esta centuria.


 

CONCLUSIONES.
La construcción del acueducto se fecha con una inscripción bastante conspicua y ya, desafortunadamente, desaparecida. Se trata del epígrafe del castillo de Corbera [3], en las cercanías de Perpiñán, y que ya F. Fosa en el siglo XVIII relacionó con Ibiza. Todo parece indicar -cómo el propio Fosa relató- que Jean Devi, gobernador y capitán general de las islas en el siglo XVI, y oriundo de la comarca, se lo llevó de Ibiza antes del 1569 (año de su muerte) para colocarlo en un muro de su casa en la "Place de la Huile" de Perpiñán. Más tarde M. León de Villar lo llevaría al patio del castillo de Corbera. La inscripción se perdió definitivamente durante la Segunda Guerra Mundial. Pero antes al menos pudo ser debidamente estudiada, documentada e incluida por Emil Hübner en su Corpus Inscriptionum Latinarum de 1869. A continuación la transcribimos:

L (ucius) · Cornelius · Longo · et / M (arcus) · Cornelius · Auitus · {f (ilii /-libre)} · et / L (ucius) · Cornelius · Longo · et / C (aius) · Cornelius · Seruinus · et / M (arcus) · Cornelius · Auitus · et / P (ublius) · Cornelius · Cornelianus · nep (odas) · {ex-L (UCIO)} / {et M (arco) f (iliis) / et M (arci) f (ilii)} aquam · in · municipium · Flauium / Ebusum s (ua) · p (ecunia) · p (erduxerunt) [4].



De este texto podemos extraer una primera y somera conclusión: la fecha de construcción del acueducto debe ser ulterior al edicto de latinidad emitido por el emperador Vespasiano en el 74 dC (Ius Latii [5]) -decreto que otorgaba la ciudadanía latina en las provincias de Hispania-. Esta aseveración se deriva de la adquisición del estatus de municipio de Ebusus, antes ciudad federada. Más aventurado es establecer con cuánta posterioridad a ese año se construyó. Algunos historiadores (Juan, 1988: 49) han conjeturado sobre la posibilidad de que uno de los personajes que aparece en la lápida, concretamente Cornelio (uno de los nietos), fue el destinatario de una de las epístolas de Plinio el Joven [6]. Si aceptamos esta hipótesis como válida, Publio Cornelio Cornelio habría sido coetáneo de Plinio el Joven (62-113 dC) y su padre seguramente lo fue del tío del segundo, Plinio el Viejo (23-79 dC). Siguiendo con este argumento, Juan Castelló deduce que la inscripción debió realizarse durante la madurez del padre de Cornelio, ya que también aparece el abuelo, por lo tanto no debe alejarse mucho del 79 dC, año de la muerte de Plinio el Viejo (con 56 años) durante la erupción del Vesubio y donde Plinio el Joven contaba con 17 años. Aunque resulta osado establecer esta asociación por la simple coincidencia de nombres. No parece, sin embargo, que la datación pueda ser ulterior a la dinastía flavia, el último emperador de la cual fue Domiciano, muerto el 96 dC. En cualquier caso, habría que situar la fecha de construcción del acueducto hacia el último cuarto del I dC.

La casuística de la lápida, y por tanto de la obra a la que conmemoraba, hay que situarla en un acto de evergetismo de una familia de la aristocracia ebusitana: los Cornelio. Esta práctica era muy habitual entre las clases altas de la sociedad romana, consistía en costear obras públicas con el objetivo de adquirir notoriedad y rédito para postularse para algún cargo público o político (Castro; Roig, 2009: 28) .


BIBLIOGRAFÍA.
ADAM (1996): ADAM, J.P.: La construcción romana: materiales y técnicas. Lleó. 1996. 
CASTRO; ROIG (2009): CASTRO ORELLANA, J.; ROIG RIBAS, J.: Nuevas evidencias sobre el abastecimiento de agua de la ciudad romana de Ebusus. El conjunto hidráulico del Camí de Cas Ferró. Fites nº9. 2009. 
JUAN (1988): JUAN CASTELLÓ, J.: Epigrafía romana de Ebusus. Eivissa. Trabajos del Museo Arqueológico de Ibiza, nº20. 1988. 
PLINI, el Jove (2005): PLINI, el Jove: Cartas. Ed. Gredos. Madrid. 2005. 
PLINI, el Vell (1998): PLINI, el Vell: Historia Natural, libros III-VI. Ed. Gredos. Madrid. 1998. 
RAMON (2006): RAMON, J.: Les àmfores altimperials d’Ebusus. Monografies 8, MAC, pp. 241-269. 2006. 
VENY (1965): VENY, C.: Corpus de las inscripciones baleáricas hasta la dominación árabe. Madrid-Roma. 1965. 
VIVES (1971): VIVES, J.: Inscripciones latinas de la España romana. Barcelona. 1971. 


[1] Durante los años 2006 y 2007 fueron excavados en los solares adyacentes de Ses Galamones y Antoni Manel Garcia n º 5 otros sendos tramos por los arqueólogos Juan Piña y Juan José Marí Casanova respectivamente (Inéditos).
[2] Término que se utiliza en la Ibiza rural para referirse a este fenómeno, que se reproduce en las acequias para regadío.
[3] C.I.L. II, 3663; C.I.B. 191; I.L.E.R. 2044.
[4] Juan Castelló (1988), pág. 46.
[5] Plinio el Viejo (Naturalis Historia, III, 30):
Universae Hispaniae Vespasianus Imperator Augustus iactatum (iactatus) procellis rei publicae Latium tribuit.
[6] Plinio el Joven (Epístola, 6,31).

domingo, 2 de septiembre de 2012

Tumba camí des Pou d'en Basques (can Escandell, Eivissa).


DESCRIPCIÓN.
La tumba se componía, a nivel estratigráfico, por cuatro unidades que desglosamos:

  • UE-2: corresponde a la fosa o recorte sobre los sedimentos para la colocación de la cista.
  • UE-3: son los elementos constructivos de la tumba, es decir, la cista propiamente.
  • UE-4: son los despojos del individuo.
  • UE-8: es el relleno de amortización del interior de la tumba.


La fosa UE-2 afloró a 1,07m de profundidad respecto de la cota del asfalto (referencia de todas las cotas subsiguientes que aparecen en el texto). Cortaba al sustrato geológico UE-9, compuesto por arcilla rojiza muy compacta. Tenía una planta rectangular, con el extremo noroeste ligeramente redondeado, y sección cóncava. Sus medidas conservadas eran de 0,9m de largo por 0,5m de ancho y 0,41m de profundidad. La orientación era NO-SE en 343º.


  


La exposición de la cista UE-3 la subdividiremos en tres figuras: UE-3/1, corresponderá a la primera cubierta de signinum de la tumba; UE-3/2, a la segunda de losas calcáreas; UE-3/3, al sarcófago de losas de marés. Así pues, la cubierta UE-3/1 era una lechada de opus signinum, que rellenaba la negativa UE-2 a cota -1,07, por tanto, el ancho y largo eran análogos a los descritos para la fosa, medidas a las que añadiremos un grosor de unos 4cm. Su orientación equivalía, pues, a la referida para UE-2: 343º NO-SE. La fábrica de esta argamasa era de mortero de cal con fragmentos cerámicos triturados. Los contornos de la pieza mostraban un ligero biselado acabado en un borde irregular y tosco que denotaba su adosamiento sobre las paredes de una negativa y elaboración in situ. En su extremo noroeste mostraba una oquedad en relieve de planta circular, con un diámetro de unos 14cm y profundidad de 3cm; la consideramos, como ya desarrollaremos, la negativa de un cipo funerario (seguramente estiliforme o anicónico) encastrado. Aunque presentaba un acabado muy pulido en su cara superior, este mortero jamás debe ser interpretado como un elemento que permaneciera a la intemperie, estaba cubierto por la tierra que rellenaba la fosa del sepelio, y su función era la de protegerlo de los factores ambientales. Sus características de impermeabilidad (debemos advertir que es una argamasa muy utilizada en las obras hidráulicas romanas) le otorgaban un valor hidrófugo, y su compactación y dureza impedían la entrada de raíces entre las juntas de las losas. No cabe duda, a tenor de la casi nula filtración de sedimento en el interior de la tumba, que dicha cubierta cumplió su cometido. Debajo de este preparado, a unos 0,2m, afloraba la cubierta de losas calcáreas UE-3/2. Eran dos losas calcáreas (0,5 x 0,3 x 0,08m) colocadas transversalmente sobre la tumba y apoyándose sobre las paredes de marés. Sólo nos queda hablar, por lo que respecta a los elementos constructivos, del sarcófago de piedras areniscas UE-3/3. Lo conformaban cinco losas paralelepípedas dispuestas en planta rectangular con orientación NO-SE en 343º: dos de ellas (35x23x7cm) cerraban la caja por el noroeste, otras dos por el noreste (46 y 36x35x7cm) y una sola por el suroeste (76x35x7cm). Sus medidas totales eran de 0,86m de largo, 0,46m de ancho y 0,37m de alto.              

 

El individuo UE-4 estaba colocado en decúbito supino, articulado y con sus extremidades en posición anatómica. Tenía la cabeza en el extremo noroeste de la cista, unos 13cm por debajo de la cara inferior de las losas calcáreas. El estado de conservación era bueno, aunque fue seccionado a la altura de las epífisis proximales de los fémures. En campo pudimos llegar a determinar que se trataba, como mínimo, de un individuo adulto (20-39 años), así lo atestiguaban la fusión epifisaria y métrica de los huesos largos (húmeros de 290mm), la sinostosis craneal y la erupción dental de los terceros molares. Por lo que respecta al sexo, nos pareció un varón básicamente por tres indicios: tenía una protuberancia occipital y apófisis mastoides muy pronunciadas y una escotadura ciática de ángulo agudo. Pero el estudio antropológico es el que debe arrojar una luz más diáfana sobre estos aspectos sólo esbozados aquí.     



Por último, nos resta por comentar el relleno UE-8. Como hemos dicho arriba, la buena preservación interior de la tumba, en gran parte debida a la cubierta de signinum, nos privó de un nivel de amortización de cierta envergadura estratigráfica. Apenas contaba con una potencia de 0,16m y no nos otorgó ningún resto de cultura material que nos permitiera acotar la cronología. Sin embargo, por otros contextos funerarios de la isla, podemos afirmar que el rito de la inhumación, en cista o fosa simple, empieza a sustituir a partir del III d.C. a las incineraciones secundarias, predominantes durante el II, siendo ya la tipología hegemónica en el IV.    

CONCLUSIONES.
A efectos estructurales, la característica morfológica más relevante es la negativa de un cipo funerario sobre la cubierta de opus signinum.

El cipo lítico era a veces reemplazado por pilares de madera (pali sacrificales)[1], material perecedero que podría justificar su desaparición en el registro arqueológico actual –sin menoscabo, evidentemente, de su más que probable expolio–. Hecha esta salvedad, deberíamos interesarnos ahora por cuál era su objeto. Normalmente suelen estar relacionados con ceremonias de libación; en Baelo Claudia (Bolonia, Cádiz) se documentaron junto con conductos que ponían en contacto las ofrendas con las cenizas contenidas en las cupae[2]. Estas incineraciones están datadas en época claudia y flavia (segunda mitad del I d.C.), momento en el que este tipo de ritual es dominante, hecho que no es óbice para sugerir que la funcionalidad de los cipos se mantenga inalterable para las inhumaciones (como es el caso que nos ocupa): liturgia, ésta, que comienza a proliferar durante el III y IV d.C. bajo el palio de nuevos cultos orientales inoculados en el Imperio –entre ellos el cristianismo–.  

Por ende, el cipo funerario estaba cargado de simbolismo escatológico y devenía un objeto liminal[3] entre el inframundo y el mundo de los vivos; marcaba el punto de encuentro entre el finado y sus familiares que le rendían tributo. Es, por ello, tanto un límite metafísico y como físico –por cuanto no deja de ser la “baliza” de una tumba–. Este concepto de umbral viene incluso materializado y avalado por su colocación en el enterramiento: encastrado en la mampostería de la tumba, normalmente en un extremo y sobre el basamento, se encontraba parcialmente soterrado, permaneciendo en ese limbo espacial que comunicaba al individuo enterrado con el exterior, y viceversa, a manera de cordón umbilical.

La diversidad tipológica es, ciertamente, variopinta, yendo desde formas ovoideas a estiliformes y antropomórficas. Esta última forma de representación ofrece un mayor debate interpretativo, situándose en la palestra tesis confrontadas sobre si representan al finado o algún genio de ultratumba. La forma tosca y fea de alguna de estas tallas, no parece sugerir que éstas pudieran ser el recuerdo que los familiares quisieran guardar de sus seres queridos. Pero también hay que recurrir al pragmatismo, no hay que olvidar que estas figuras estaban destinadas a  permanecer semienterradas, por tanto, no exigían una excesiva ornamentación más allá de la necesaria para cumplir su fin simbólico.

Muchos son los estudios que se han empezado a realizar en los últimos años sobre la interpretación de los “paisajes” del pasado. El paisaje es, a grosso modo, el resultado de la adaptación y modificación cultural que el hombre hace del medio. La consecuencia inmediata a este hecho es evidente: mediante el estudio de la articulación de los paisajes del pasado podemos extrapolar a la interpretación conductas y estructuras sociales. El paisaje funerario no escapa, evidentemente, a este tipo de análisis. Como decía Heidegger: “el hombre es un ser para la muerte”, evadirse de este hecho nos convierte a la vida inauténtica, afrontarlo con valentía nos acerca a la esencia, al ser auténtico, al Dasein, al ser-ahí en perfecta comunión con la Tierra. Este circunloquio viene a desmentir el dicho de que la muerte nos iguala a todos, en verdad es lo que más nos diferencia; precisamente por estar ahí, potencialmente presente en todas las acciones de nuestra vida, nos condiciona por cuanto nos obliga a posicionarnos. Este condicionamiento mental se materializa posteriormente en la liturgia funeraria. La religión no deja de ser, desde esta percepción, una forma de eludir ese destino indefectible. Por ello, en el ritual, el individuo, y sus familiares como garantes de su voluntad y honra, hacen gala de todos los méritos (materiales e inmateriales) que lo convierten, a los ojos de los demás, en digno merecedor de gloria eterna. Sobre las virtudes inmateriales nos es difícil elucubrar, pero de las “cualidades” materiales el registro arqueológico nos otorga algunos vestigios. El espacio sepulcral no es una amalgama arbitraria, sino que está organizado y jerarquizado en función de la ubicación y caracterización de las tumbas; trufándolo de valores espaciales, cronológicos, arquitectónicos y tipológicos. En la esfera cultural romana y pagana “el prestigio social” del enterramiento solía derivar del espacio y superficie que ocupaba, los materiales utilizados, los ajuares y la exuberancia de las ceremonias (durante la inhumación y ulteriores). Los romanos siempre hubiesen querido hacer destacar su tumba en altura (Prados Martínez; García Jiménez, 2009:10). Estos monumentos se ubicarían en las partes más destacadas de las necrópolis o flanqueando los accesos a las principales ciudades. Resolviendo con estas premisas, las conclusiones que podemos extraer de la tumba del Pou d’en Basques son más bien pobres, principalmente por dos escollos insalvables. El primero, y principal, es que nos encontramos ante una tumba aislada, por lo tanto, establecer una jerarquización en base al análisis comparativo de un contexto cronológico inmediato es imposible. En segundo lugar, la tumba fue seccionada en su parte medial/suroeste, perdiéndose para la documentación la posible presencia de un ajuar, a los pies del individuo, que podría haber proyectado un haz de luz sobre esta cuestión. Incluso, el hecho de que contara con un cipo funerario tampoco parece ser determinante para dotar de un estatus elevado al finado; Jiménez Díez[4] nos advierte que éstos aparecen en Baelo Claudia “asociados tanto a los enterramientos más sencillos (incineraciones en fosa) como a los monumentos más elaborados (pequeños mausoleos, recintos funerarios, cupae), incluida una inhumación”. 

Pero bien, intentaremos elaborar un discurso hipotético de jerarquía social en base a la arquitectura del enterramiento. Se trata de una cista hecha con losas de marés o piedra arenisca. Un sarcófago de esta manufactura requiere de cierta movilización y contratación de fuerza productiva especializada, que no exige, por ejemplo, uno hecho de losas calcáreas de piedra seca: material abundante en el sustrato geológico ibicenco, también de fácil talla y muy prolífico en la mampostería funeraria de la Antigüedad ebusitana. El marés se encuentra en las canteras de la costa, resultado de la fosilización de las dunas de arena allá por el cuaternario, más concretamente en el pleistoceno, hace alrededor de un millón de años. En la Iboshim púnica se ha documentado ya su utilización como materia prima de los sarcófagos de una sola pieza de los hipogeos de Puig des Molins o ses Païsses de Cala d’Hort. Es, por tanto, un ingrediente muy recurrente en la arquitectura (funeraria y civil) de Ibiza desde los siglos IV-V a.C. hasta época contemporánea; prueba de ello son las murallas renacentistas del XVI. Este hecho, pero, no va en menoscabo de que es necesaria su extracción, seguramente para época antigua de las canteras de las Salinas, talla y transporte, y por tanto la construcción de este tipo de tumba es más costosa, evidentemente, que una en fosa simple o cista calcárea. Tampoco hemos de desdeñar que pudiera reutilizarse un sillar próximo, reduciéndose ostensiblemente el coste de su producción; pero en principio este tipo de construcción, sin más contingencia plausible, debía ser más oneroso. Otro elemento constructivo que enriquece, ergo jerarquiza, el enterramiento enormemente, es la cubierta. En muchas inhumaciones de estas características la cubierta suele estar realizada en losas calcáreas de talla tosca. En cambio en ésta tenemos una doble cubierta: una de signinum y otra de piedra seca. En la primera de ellas, como dijimos, iba encastrado el cipo y ofrece una factura muy depurada, para la que sin duda fue menester una mano de obra especializada. Estos elementos nos permiten conjeturar que nos encontramos ante el sepelio de un individuo con estatus social elevado dentro de una economía preeminentemente agropecuaria: posiblemente uno de los señores de un asentamiento rural próximo. En can Pere Arabí pudimos documentar un área sepulcral próxima a la domus, donde constatamos cierta estratificación social en base a los elementos constructivos de los enterramientos en cista: dos de ellos (hombre y mujer, posiblemente cónyuges), colindantes entre sí, elaborados con losas de marés y, separados de éstos por una veintena de metros al noroeste, tres de fábrica mucho más pobre (losas calcáreas). Tomando como testimonio a Catón (De Agriculturae, allá por el siglo II a.C.) que narra cómo el dominio rural romano estaba conformado por unos amos a cargo de un pequeño contingente de mano de obra esclava, no resulta inverosímil tratar de hallar esta división estamental en el registro arqueológico. El estudio antropológico irá en esta línea, haciendo especial hincapié en aquello que podemos denominar “patologías de estamento”.  

BIBLIOGRAFÍA:
  •  GLARE (1968): GLARE, P.G.W. (1968): “Cip(p)us. Oxford Latin Dictionary”. Oxford, 316.
·      JIMÉNEZ DÍEZ (2007): JIMÉNEZ DÍEZ, A. (2007): “Culto a los ancestros en época romana: los cipos funerarios de las necrópolis de Baelo Claudia (Bolonia, Cádiz)”. Archivo Español de Arqueología 2007, vol. 80, págs. 75-106.
·  PARIS ET AL. (1926): PARIS, P.; BONSOR, G.; LAUMONIER, A.; RICARD, R.; MERGELINA, C. (1926): “Fouilles de Belo (Bolonia, Province de Cadix) (1917-1921)”. Tome II, La Nécropole, Bordeaux-Paris.
·         PRADOS MARTÍNEZ; GARCÍA JIMÉNEZ (2009): PRADOS MARTÍNEZ, F; GARCÍA JIMÉNEZ (2009): “Aproximación al paisaje funerario de la necrópolis oriental de Baelo Claudia”. Revista Aljaranda 72, págs. 4-12.
·         REMESAL (1979): REMESAL RODRÍGUEZ, J. (1979): “La necrópolis sureste de Belo”. E.A.E. 104, Madrid.



[1] Jiménez Díez (2007), p. 79.
[2] Paris et al. (1926), p. 38.
[3] Glare (1968).
[4] Jiménez Díez (2007), p. 80.